Todo
nace en silencio.
Desde los más antiguos
emerge limpio el río de tu
infancia,
el primer cajón abierto en
secreto,
una sierra con cuevas
para brujas con escoba, y
un triciclo.
Unos guardan la luz
de una mañana de abril
con olor a jaras y
madreselva,
a ropas de domingo.
En otros parpadean
luces melancólicas de
noviembre,
los semáforos de la
soledad
y los catorce años.
Recuperas con otros
el billete de un autobús
del barrio
o el comienzo de un poema
que nunca
has podido acabar.
Memoria tuya son
y de todas las vidas que
has vivido
asomado a sus ventanas.
Has viajado con ellos
desde Ispahán a la Patagonia ,
has surcado los mares
en busca del sentido de la
vida,
has tratado con viejos
pescadores, espías,
bucaneros,
has desplegado mapas,
el plano de una isla,
de ciudades y laberintos
de arena.
Has conocido de primera mano
el deseo festivo de los
sátiros,
el latido del corazón de
un héroe,
el frenesí de alimañas que
anida
en el pecho de los
traidores.
Has recorrido el atlas a caballo,
en fiacres y diligencias
atestadas,
en globo y bergantín,
en tranvías amarillos y en
trenes
que rasgaban la niebla
y te dejaban en una ciudad
perdida.
Selvas, lagos, desiertos,
llanuras heladas, barrios
obreros,
oficinas con olor a tabaco
y castillos en brumas,
tabernas y prostíbulos,
puertos y palacios
cardenalicios.
Todos los paisajes, todas
las lenguas,
todos los dioses.
Todo vuelve al silencio
cuando dejas el libro en
el estante.
Como los besos o los atardeceres,
nunca un libro es igual a
otro,
tampoco el mismo libro
cuenta idéntica historia
al cabo de los años,
igual que tú, siempre
el mismo, siempre otro.
Igual que tú, los libros
tienen sus cicatrices,
las heridas del tiempo,
que los vuelve amarillos,
quebradizos,
como el pétalo seco
de un amor olvidado entre
sus páginas.
Con ellos levantas muros de papel,
torres que te protegen,
donde hallas consuelo
y te redimes de la
realidad
y la melancolía.
En silencio esperan pacientes verse
de nuevo en tus manos
y reverdecer las vidas,
las voces,
los paisajes, los sueños.
Eres lo que has leído.
(Pérez Zarco, «Libros», A destiempo, 2009)
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