HAMLET
Ser o no ser… He ahí el dilema.
¿Qué es
mejor para el alma,
sufrir insultos
de Fortuna, golpes, dardos,
o levantarse
en armas contra el océano del mal,
y oponerse
a él y que así cesen? Morir, dormir…
Nada más;
y decir así que con un sueño
damos fin a las llagas del corazón
y a todos
los males, herencia de la carne,
y decir:
ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir…
¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño
de la
muerte ¿qué sueños sobrevendrán
cuando despojados
de ataduras mortales
encontremos
la paz? He ahí la razón
por la que
tan longeva llega a ser la desgracia.
¿Pues
quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo,
la injusticia
del tirano, la afrenta del soberbio,
la
angustia del amor despreciado, la espera del juicio,
la
arrogancia del poderoso, y la humillación
que la
virtud recibe de quien es indigno,
cuando uno
mismo tiene a su alcance el descanso
en el filo
desnudo del puñal? ¿Quién puede soportar
tanto?
¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga
tan
pesada? Nadie, si no fuera por ese algo tras la muerte
—ese país
por descubrir, de cuyos confines
ningún viajero
retorna— que confunde la voluntad
haciéndonos
pacientes ante el infortunio
antes que
volar hacia un mal desconocido.
La
conciencia, así, hace a todos cobardes
y, así, el
natural color de la resolución
se desvanece
en tenues sombras del pensamiento;
y así
empresas de importancia, y de gran valía,
llegan a
torcer su rumbo al considerarse
para nunca
volver a merecer el nombre
de la
acción. Pero, silencio… la hermosa Ofelia ¡Ninfa,
en tus
plegarias, jamás olvides mis pecados!
W.
Shakespeare, Hamlet. Traducción del Instituto
Shakespeare. Ediciones Octaedro, Barcelona, 1999.
No hay comentarios:
Publicar un comentario